Trabajo presentado en el Seminario Teórico del Col·legi de Clínica Psicoanalítica de Valencia, sobre el texto "La dirección de la cura" de J. Lacan. Escritos 2. En Abril 2004
Lo que el sujeto pone en un primer plano al articular la cadena significante es precisamente la carencia de ser, carencia a la que trata de sustraerse en un llamado al Otro que obturaría precisamente lo que es más imprescindible al sujeto, a cualquier sujeto: el deseo. Lo que ese Otro es llamado a colmar con lo que no tiene, --pues ese Otro, lugar de la palabra, también implica esa carencia--, es precisamente el amor, pero también el odio y la ignorancia.
Así pues, el deseo evoca la carencia de ser bajo tres presencias del vacío. Son las que constituyen el fondo de la demanda de amor, del odio que viene a negar el ser del otro y de lo indecible que se ignora en la petición al semejante.
Y por eso, clínicamente se advierte que cuando el Otro se entromete y en lugar de lo que no tiene, atiborra al sujeto con la papilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde los cuidados (necesidad) con el don del amor (demanda) podemos encontrar tanto la anorexia mental como los efectos de este Otro sobre las pasiones del ser: el odio paga al amor, pero es la ignorancia la que no se perdona.
A nivel fenomenológico, lo observamos en la clínica con niños, cuando el niño al negarse a satisfacer la demanda de la madre la obstaculiza con sus síntomas. ¿No exige acaso que la madre tenga un deseo fuera de él, porque es éste el camino que le falta hacia el deseo?. Y por otra parte, no advertimos lo que ocurre respecto a los amantes cuando uno trata de obturar la demanda con lo que tiene, en lugar de ofrecer lo que no tiene.
J. Lacan en el texto, La dirección de la cura, nos dice que para que surja el deseo, la necesidad tiene que pasar por los desfiladeros del significante. También nos aproxima conceptualmente a la consideración de que el deseo del hombre es el deseo del Otro y que es la dialéctica de la transferencia la que abre el lugar del Otro (otra escena) como lugar de la palabra.
Estas premisas son determinantes para entender que en el análisis se progresa en contra de la identificación primaria, pues no se trata de la asunción por el sujeto de las insignias del otro, sino de encontrar la estructura constituyente del deseo mismo en la misma hiancia abierta por los efectos de los significantes que representan al Otro, pues la demanda del sujeto esta sujeta a esos significantes del Otro.
Es decir, Lacan parte de la premisa contraria a la posición de los postfreudianos que tenderían a una normativización del deseo y a su acoplamiento a la norma social, ignorando así el efecto de lo pulsional y la agresividad resultante de la realización fantasmatica que proporcionan esos "objetos milagrosos o prohibidos" destinados a relanzar el deseo mismo, de los que nos habla Freud desde la Interpretación de los sueños. Lacan desplaza el acento desde los efectos de extrañeza que produce la realización del fantasma hacia su atravesamiento, y en ese sentido es ejemplar el texto de Freud sobre la Acrópolis, que trabajó el otro día Amparo Ortega y donde se detiene Freud respecto a los elementos fundamentales que darían cuenta del final de la cura. Algo en Freud nunca fue analizado, lo que no es obstáculo para que sea a través de su enseñanza que podamos orientarnos.
Por eso Lacan articulando el deseo en el lugar del Otro, puede decir desde una posición discursiva cuya gramática empezó a enunciar Freud: el deseo del sueño no es asumido por el sujeto. Un sueño es un sueño contado, transmitido vía significante y donde el anhelo se transmite en la enunciación misma del texto que escribe para el sujeto.
Es la ex - sistencia, que da cuenta de la distorsión en el sueño entre el contenido manifiesto y el contenido latente que diría Freud, del deseo en el sueño la que explica que la significancía del sueño enmascare en ella el deseo, mientras que su móvil se desvanece por ser solamente problemático.
Aquí, lacan nos recuerda en una nota del texto citado, de nuevo, su referencia a los psicoanalistas ingleses y su concepción del yo, ahondando en el sentido de que el progreso de un análisis va en dirección contraria a las identificaciones.
1.- En dirección contraria a la identificación al padre que normativiza el deseo, que tiene que ver con el Ideal del yo y por eso, en dirección contraria a la tensión entre el yo y el ideal donde se juega la agresividad del sujeto.
2.- En el sentido de la asunción vía significante de la identificación narcisista que pide el reconocimiento de la excepcionalidad del sujeto por el camino de la repetición. Identificación que si bien está vinculada a la constitución del objeto del deseo, también plantea su aniquilamiento cuando el yo es amenazado.
3.- Y por el reconocimiento fenomenológico de la identificación histérica que sirve al mecanismo de la formación de síntomas y que hace desear al sujeto por procuración.
Estas identificaciones hacen obstáculo al fin del análisis y enmascaran la estructura del deseo mismo. Y para aproximarnos a la estructura del deseo, J. Lacan nos pone en primer plano la condición del deseo en el obsesivo: el contrabando.
En pocas páginas J. Lacan nos da cuenta del punto de impasse en el final del análisis de un neurótico obsesivo y como ese impasse, el contrabando, hunde sus raíces en la aniquilación del deseo del otro que se verificó en la relación entre sus padres y la posición que adoptó un paciente concreto en ese real edipico.
Es impresionante como lo cuenta J. Lacan, es una obra maestra de transmisión clínica. Aún cuando debamos incluir el texto en la diacronía de la obra de Lacan y considerar con él otros textos y seminarios posteriores, pues aquí fundamentalmente tiene cono interlocutores a los postfreudianos, a los psicoanalistas del momento, en un intento de devolver a las curas la eficacia freudiana.
Lejos de la identificación primaria a la que tendería la estandarización analítica de una cura yoica, como he dicho antes, Lacan plantea que no es sin atravesar esta identificación que el fin del análisis se puede verificar, incluso sin dar cuenta de este mínimo para el sujeto obsesivo para el cual lo discursivo no le librara de los efectos de su posición en el Edipo donde se jugó su responsabilidad en relación a las pasiones del ser: amor, odio, ignorancia. Pasiones rectoras del modo de estar en el mundo, de encontrar los resquicios de esa obra que el obsesivo representa para si mismo, para el Otro y donde desdoblado de si mismo, en el momento de la verdad se escabulle. No se trata simplemente no poder concluir, sobre los tres momentos del tiempo lógico: instante de ver, tiempo de comprender, momento de concluir, pues aquí Lacan nos dice que la escena, la otra escena va más allá y el analista no lo puede ignorar.
El síntoma en dos tiempos del obsesivo hace notar sus efectos en este caso que nos presenta Lacan. Se trata del fin del análisis de un obsesivo. Un final de análisis en el cual Lacan va más allá de analizar la agresividad del sujeto (en los análisis de esos años, en la literatura analítica del momento, la agresividad es un elemento privilegiado y vinculado al yo), y se interrogó sobre el lugar que tomo en el juego de destrucción del deseo de uno de sus padres sobre el otro. (El sujeto –el paciente que menciona Lacan- está en ese impasse: impotente para desear sin destruir el deseo del Otro y por ende su deseo mismo en tanto que es deseo del Otro). Es decir, se trata de un análisis donde se interroga la responsabilidad del sujeto frente a los rasgos de identificación edipica aceptados como propios, vehiculizados vía significante y repetidos en las respuestas habituales de este sujeto a las contingencias de su vida. Concretamente Lacan nos hablará del lugar de su deseo frente a su amante y un sueño de ésta, contado por el propio paciente en su análisis.
El sujeto agota en la transferencia todos los artificios de una verbalización que distingue al otro del Otro y que le lleva a juegos malabares entre el yo y el a, en un intento de proteger al Otro. Esa es su estrategia para no arruinar su propio deseo, estrategia siempre fallida pero que la transferencia logra poner en un primer plano y por tanto, poner en disposición de traspasar en el fantasma. Pues el obsesivo, siempre por recovecos y laberintos se debate en esa combinatoria general.
Lacan es claro al respecto: En medio de tantas actitudes seductoras, insurgentes, impasibles, hay que captar las angustias anudadas a las realizaciones, los rencores que no impiden las generosidades (¡sostener que los obsesivos carecen de oblatividad!), las inconstancias mentales que sostienen infrangibles fidelidades.
Y es entonces, cuando el neurótico obsesivo, del que nos habla Lacan, hace un juego de prestidigitación que revela la estructura del deseo. Digamos que de edad madura y de espíritu desengañado, nos engañaría gustoso con una menopausia sobrevenida, para cualquier contingencia donde la consideración del otro esté en juego, y por ende, su bienestar. Es cómica ésta forma de plantear las cosas por parte de Lacan, es cómica pero al mismo tiempo pone en juego lo real, pues es esta sustracción la que revela las características de su deseo, lo que explica que en el obsesivo las redistribuciones de la libido no se hagan sin costarles a algunos objetos su puesto, incluso si ese lugar es inamovible para el sujeto mismo y para el otro.
En resumen: el paciente de Lacan es impotente con su amante y le pide a ésta que se acueste con otro hombre (homosexualidad reprimida, dice Lacan). Aún así, ella permanece allí por la concordancia que ha realizado con los deseos del sujeto y con los postulados inconscientes que los sostienen.
Entonces ella sueña: tiene un falo. También una vagina y además desea que ese falo se introduzca ahí.
Del lado de ella, el sueño está hecho para satisfacer el deseo de él más allá de su demanda. Llega a su lugar y tiene efectos. Ella sueña, él habla de ello a su analista.
¿Qué efecto tiene este sueño sobre nuestro paciente? Que el rechazo de la castración, si hay algo que se le parezca, es en primer lugar rechazo de la castración del Otro.
Es el momento de hacer captar al paciente la función de significante que tiene el falo en su deseo. Si ella se presenta como poseedora de un falo ¿es eso lo que le devuelve su valor erótico? Tener un falo no basta para restituirle una posición de objeto que lo apropie a una fantasía, por la cual nuestro obsesivo pueda mantener su deseo en un imposible que conserva sus condiciones de metonimia.
Las condiciones de la metonimia que gobiernan sus elecciones, pero el análisis ha venido a perturbar su juego hasta que la mujer restaura sus condiciones de goce anteriores.
Para él de nada sirve tener ese falo (como hombre) puesto que su deseo es serlo (como mujer). Y el deseo de la mujer cede al suyo, mostrándole lo que ella no tiene.
Nuestro sujeto tenia una madre castradora, recalcitrante, dice Lacan, que enseñó a nuestro sujeto a limitar un deseo demasiado ardiente que le venia de la imagen del padre y eso no fue sin consecuencias.
¿Qué hacer como analista? Si convocamos a esa madre lo haremos mal, si convocamos el Edipo peor. En cualquier caso, siempre estaríamos por debajo de lo que le dice ella: Tener un falo, no impide desearlo. En lo cual es su propia carencia de ser la que es alcanzada.
Y es alcanzada en el punto donde el neurótico obsesivo siempre se escabulle: el neurótico obsesivo, su ser, está siempre en otra parte. Su deseo es de dificultad y lleva la marca misma del contrabando.
Autor: Pilar Dasí - 01/04/2004