Amparo Ortega Silvestre
Seminario: "Fenómeno, síntoma y estructura", 2 de abril de 2003).
No existe una estructura depresiva. La depresión es un síndrome, no un diagnóstico. Lo que significa que puede aparecer como estado en distintas patologías. Con esta afirmación inicial seguimos con el tema de la depresión que ya abordamos en la clase anterior.
En el caso de la melancolía nos encontramos con una patología compleja, difícil de acotar y clasificar, porque su diagnóstico diferencial exige de una precisión que en mi opinión en la teoría requiere virtuosismo y en la clínica sería el resultado de la exquisitez más precisa.
Para empezar quisiera aportar una clasificación de depresión que nos sitúa ante dos posibilidades: la depresión biológica y la depresión psicosocial. Del lado de la depresión biológica y de la depresión psicosocial encontramos, respectivamente, el uso de varios sinónimos tales como:
autónoma | reactiva
endógena | exógena
somatógena | psicógena
psicótica | neurótica
vital | personal
fisiológica | psicobiológica
Añadiríamos también los conceptos de depresión mayor y depresión breve, ya sea recurrente o no.
En un recorrido bibliográfico amplio, tanto psicoanalítico como psiquiátrico nos ponemos aparentemente ante una serie de oposiciones, como la depresión puede ser o no melancólica, en la melancolía hay rasgos obsesivos.
La melancolía puede ser entendida desde los esquemas desarrollados por Lacan para la paranoia, puede ser el estado contraria a la fase maníaca de un trastorno bipolar maníaco depresivo, etc. Esta confusión de términos utilizados para nombrarla de forma indiscriminada en la literatura especializada, es una cuestión que nos puede perder en el intrincado mundo de las clasificaciones, así que vamos a abordarla directamente.
El texto de Freud (Duelo y melancolía) resumiendo, nos sitúa con anterioridad frente a las perturbaciones mentales narcisistas y pretende encontrar la esencia de la melancolía comparándola con el duelo. Plantea las diversas formas clínicas de la melancolía, por un lado somáticas y por otro psicógenas, aunque precisa que su material es de esta última naturaleza.
En determinadas personas con predisposición mórbida, ante la pérdida de un objeto amado, ya sea por su muerte o por el abandono erótico, o bien ante la pérdida de una abstracción (el ideal), surge una respuesta melancólica. Esta pérdida causa de la melancolía puede ser sin identificar, el enfermo no sabe lo que ha perdido o si lo sabe, ignora lo que con ello pierde. Se trataría pues, de una pérdida de objeto sustraída a la conciencia, o lo que es lo mismo una pérdida inconsciente.
La melancolía se caracteriza por un estado de ánimo doloroso, la cesación del interés por el mundo, la pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de las funciones; siendo significativa la disminución del amor propio (autoestima) o dicho de otro modo, un empobrecimiento del yo ante los ojos del paciente, describiendo su yo como indigno de toda estimación, incapaz de algún rendimiento válido y moralmente condenable. Aparecen reproches, insultos, autoacusaciones, se humilla ante los demás y les compadece por estar ligados a una persona tan despreciable, espera repulsa y se posiciona en una delirante espera de castigo. No acepta modificaciones en él y extiende su crítica al pasado.
La inhibición melancólica es enigmática, pues cuesta reconocer que absorbe tanto al yo del sujeto. La falla narcisista es total, absoluta e irremediable, apuntan dos psiquiatras del hospital de St. Anne (Massé y Caroli). A este cuadro de delirio de empequeñecimiento sobre todo moral, se añade el insomnio, el rechazo a alimentarse y un dominio de la pulsión de conservación (mantenerse con vida). Es complicado convencerle de que no está en lo cierto cuando se acusa. Su inhibición en cuanto al amor, al interés y al rendimiento es secundaria a la tarea que produce el debastamiento de su yo. En su autocrítica percibe con facilidad la verdad, pero no hay correspondencia en su intensidad (Hamlet).
Freud plantea como una mayor condición de probabilidad de enfermar el hecho de haberse conducido con buen tino en la vida. Para el melancólico no se trata de remordimientos, pues no tiene pudor en comunicar sus defectos y en este rebajamiento ante los demás parece encontrar satisfacción. Así parece que la pérdida ha tenido lugar en su propio yo. Podríamos decir, que se trata del descontento moral con el propio yo, y sería el Superyo, una parte crítica y disociada del mismo yo, la que lo toma por objeto y la que ejerce de instancia promotora de la crítica. No atañe a la fealdad, deformidad, debilidad, o inferioridad social, pero algo sí concierne a la pobreza o a la ruina.
En la observación de las autoacusaciones se detecta que no se adecuan a la personalidad del paciente y en cambio sí lo hacen a la de una persona amada, en algún momento de los tiempos verbales (presente, pasado, futuro). Estos reproches que se dirige el enfermo corresponden pues a un objeto erótico y han sido vueltos contra el propio yo. Entre estos reproches se podrían encontrar algunos referidos realmente al propio yo, con la finalidad de encubrir a los otros. Estos reproches proceden de la lucha amorosa, que ha llevado a la perdida del objeto erótico.
Los lamentos del melancólico son quejas, no se avergüenza de ellos porque no corresponden a sí mismo, más bien a otras personas. Los melancólicos no aparecen en una posición humilde y sometida con respecto a los que le rodean, como correspondería a una persona indigna como se califica, sino que aparecen como irritados y susceptibles, como siendo objetos de una gran injusticia. Todo lo cual es posible porque las reacciones de su conducta empiezan en una constelación anímica de la rebelión, convertida por cierto proceso, en el opresivo estado melancólico.
El proceso parte de una elección de objeto, de un enlace libidinal a una persona determinada, que por una ofensa real o un desengaño, inferido por esa misma persona amada, se produce una conmoción en la relación objetal, la libido sustraída al objeto no se desplaza a otro nuevo (como ocurriría en el duelo). La carga de objeto con poca energía de resistencia, queda abandonada y la libido es retraída al yo, sirviendo para producir una identificación del yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto cae sobre el yo, que puede ser juzgado por el Superyo como un objeto, como el objeto abandonado. De esta manera la pérdida del objeto, se trasformó en una pérdida del yo, y el conflicto entre la persona amada y el yo, en una disociación entre la actividad crítica del yo (Superyo) y el yo modificado por la identificación.
En todo este proceso se da una contradicción, pues la fijación al objeto era muy enérgica y la resistencia de la carga de objeto tenía escasa energía, contradicción que exige que la elección de objeto se hiciera sobre la base de una elección de tipo narcisista, de modo que ante una contrariedad la carga de objeto pueda retroceder al narcisismo. Lo que significa que la identificación narcisista con el objeto se convierte en un sustitutivo de la carga erótica, por la que no se puede abandonar la relación erótica determinada, a pesar del conflicto con la persona.
En las enfermedades narcisistas se produce una regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo primario, actuando un mecanismo que sustituye el amor al objeto por una identificación; identificación entendida como fase preliminar de la elección de objeto y como forma ambivalente que el yo utiliza para elegir un objeto. El yo quiere incorporárselo, devorarlo, como corresponde a la fase oral canibalística. Freud cita el trabajo de Abraham, precisamente por lo que apunta del rechazo a alimentarse que surge en los graves estados melancólicos.
Autoerotismo Narcisimo Elección de objeto
Los caminos de formación de la melancolía son, por un lado el duelo con la pérdida real del objeto y por el otro el proceso de la regresión que se establece en esta triada, donde hay una vuelta atrás desde la elección de objeto narcisista al narcisismo.
Es esta pérdida de objeto una situación adecuada para hacer surgir la ambivalencia de las relaciones amorosas. Si en el duelo puede exteriorizarse en reproches de haber deseado o ser culpable de la pérdida, en la melancolía las situaciones de ofensa, postergación o desengaño pueden introducir o intensificar sentimientos opuestos de amor-odio, en la relación con el objeto. Podemos localizar este conflicto de ambivalencia, originado por hechos reales o constitucionales es una de las premisas de la melancolía.
El sufrimiento que el melancólico se inflige, es un tormento que le resulta placentero y le produce una satisfacción sádica, satisfacción que responde a las tendencias sádicas y de odio. Al igual que en la neurosis obsesiva el enfermo consigue por el camino indirecto del autocastigo su venganza de los objetos primitivos a los que ama, por medio de la enfermedad, pues se ha refugiado en ella para no tener que mostrar su hostilidad directamente.
La persona que provoca la perturbación sentimental, suele estar muy ligada al enfermo. Así la carga erótica del melancólico por un lado se dirige por retroceso hasta la identificación y por otra por el conflicto de ambivalencia, hasta la fase sádica.
La tendencia al suicidio se explicaría porque al retornar la carga de objeto, el sujeto se trata como un objeto, dirigiendo contra sí mismo la hostilidad que tiene hacia el objeto. Hostilidad que representa la primitiva del yo contra los objetos del mundo exterior. De este modo queda el yo dominado por el objeto.
La cuestión de la ruina económica o del empobrecimiento, se relacionaría con el erotismo anal desligado y trasformado por regresión. En la melancolía es como si hubiera una herida abierta, el insomnio testimonio de esa rigidez, de la imposibilidad de la retracción de las cargas para el estado de reposo. El complejo melancólico atrae hacia sí contracargas y empobrece al yo, resistiéndose al deseo de dormir del yo.
Freud afirma que la melancolía puede desaparecer, puede trasformarse en manía. Así la acumulación de carga ligada al principio, se libera al final de la melancolía y hace posible la manía; actuando este conflicto del yo, que se sustituye por uno alrededor del objeto, como una herida dolorosa que exige una contracarga muy elevada. También puede pasar por recidivas periódicas, en cuyos intervalos se producen fases con matiz de manía. En otro caso puede darse la locura cíclica (fases maníacas y melancólicas).
En la melancolía, el complejo domina al yo y en la manía el yo domina o aparta al complejo. En la manía cuando algo hace superfluo un gasto de energía psíquica, se produce alegría y euforia. Situaciones que son la antítesis de la depresión e inhibición propias de la melancolía.
Desde el punto de vista tópico, nos podemos plantear que sistemas psíquicos intervienen en la melancolía. La presentación inconsciente del objeto (de cosa) abandonada por la libido, está representada por innumerables impresiones, como huellas inconscientes de las mismas. La sustracción de la libido es un proceso lento y paulatino. La melancolía se desarrollará en función de la gran importancia del objeto para el yo, que es intensificada por múltiples conexiones.
En el conflicto de ambivalencia característico de la melancolía, las causas estimulantes pueden ser constitucionales (relaciones eróticas del yo) o proceder de los sucesos que amenazan con la pérdida del objeto. En este conflicto el odio trata de desligar a la libido del objeto y el amor trata de evitarlo, eludiendo la extinción y refugiándose en el yo. Estos combates ocurren en el sistema inconsciente (huellas nmémicas) son reprimidos y el camino a través del sistema preconsciente (yo) hacia el consciente queda cerrado por la labor melancólica. Después de esta represión de la libido el proceso puede hacerse consciente y se representa a la conciencia como un conflicto entre un parte del yo y el Superyo. De esta manera la conciencia (el Superyo) lo que sabe es poco importante, ni vislumbra la solución a la enfermedad. Se ve como el yo se humilla y se encoleriza contra sí mismo, nada más. Pero será la parte inconsciente de la labor melancólica la que pueda modificar la situación, disminuyendo los combates de la ambivalencia, la fijación de la libido al objeto, desvalorizando, denigrando y asesinándolo. El proceso se termina en el sistema inconsciente cuando la cólera del yo se apacigua o cuando abandona el objeto porque ya no tiene valor. ¿Qué posibilidad predomina? Lo que puede ocurrir es que el yo pueda gozar de la satisfacción de reconocerse como mejor que el objeto.
En resumen, de las tres premisas de la melancolía, de la que nos habla Freud, la pérdida del objeto, la ambivalencia y la regresión de la libido al yo al narcisismo, será esta última el verdadero motor del conflicto.
Autor: Amparo Ortega Silvestre - 02/04/2003