Conferencia para el Foro Ciudadano, Enero 2004
Cuando me encontré con la necesidad inminente de escribir sobre el tema que me propusieron hace más de un mes, me planteé cómo empezar, como transmitir lo que quiero decir aquí, en este contexto donde se quiere saber sobre el porqué de los maltratos a las mujeres por parte de sus parejas, de sus exparejas o de cualquier hombre que por las razones que sean se empecinan en no asumir que el partenaire nunca puede ser quien nos complemente, sino solamente un suplemento necesario para encontrarnos con el amor.
Ese interés de cada uno por entender cómo es posible que al dolor del desamor se una el ensañamiento, tiene una dimensión privada pero también pública que requiere de la responsabilidad de todos y por eso he aceptado la invitación de este Foro Ciudadano.
No sabía como enfrentarme al teclado de mi ordenador y en lugar de empeñarme en escribir cosas que me hubiese resultado vacías me fui a ver las exposiciones del IVAM de Francis Bacon y de Henri Matisse.
Miraba los cuadros, las esculturas, las texturas, los colores, los cuerpos y sus sombras magníficamente proyectadas en un espacio y una perspectiva inédita en la obra de Bacon y sentía un dolor vaciado de complacencia, un dolor donde no cabía ni siquiera el reconocimiento del dolor que me embargaba y de pronto en el pasaje de la sala de Bacon a la sala de Matisse una fotografía captó mi atención.
No fue una escultura, ni un dibujo de esos cuerpos femeninos insinuados, perfilados, en los cuales la vibración del cuerpo y la vibración del lápiz se confunden, no fue allí donde me encontré con lo que iba buscando, aunque reconocía su belleza, su perfección estética. Fue Matisse mismo, fotografiado en una silla de mimbre y frente a él su modelo en una silla acorde con su indumentaria y pensé, --y así lo comenté con el amigo que me acompañaba--, sobre esa escena asimétrica y excepcional, imposible de ver en los tiempos que vivimos, y traté de adivinar por qué capturaba mi atención.
Él, Matisse sentado en esa silla de mimbre de respaldo bajo y ella, la mujer a la que dibujada – una entre otras - en esa otra silla. Ambos separados por una mesa donde se jugaban los cálculos de lo que posiblemente él, Matisse, quería hacer con él mismo y con el otro, con nosotros que miramos, conmigo que miraba en ese momento, y como pensativo trataba de crear algo que posiblemente veamos al mirar su obra aunque velado por la distancia entre su pensamiento y lo creado.
Esta fotografía implica una posición, un extravío calculado, una generosidad libre de suficiencias, sea como sea Matisse, sea como sea su vida, sean como sean sus amores y sus desamores, sean como sean sus miserias y sus cosas extraordinarias. Creo que, al menos para mi, a partir de ahora, su obra estará impregnada de esa fotografía. Toda su obra será ese Matisse: el Matisse de la silla de mimbre frente a una mujer que le mira expectante, sentada a su vez ella misma en una silla tapizada, de respaldo alto, fálica. Nada robado, al contrario, la escena es la explicitación misma del reconocimiento simbólico de los lugares cuando hay dos. En este caso, la pareja del creador y el artista mismo.
Y al lado de esa fotografía, había otra, que captó mi atención, estando como estaba ya sobrecogida. Todo el fondo lo componía un conjunto de flores, de plantas exuberantes, irregulares y completas; más cerca de la mirada del espectador una mesa y todavía más próximo a nosotros, Matisse escribiendo. Miré el titulo de la fotografía y decía algo así como Matisse en Le Rêve. La casa de campo de Matisse se llamaba "El sueño.
Seguí viendo la exposición y me ilustré en mi ignorancia de que Matisse pasó los años de la segunda guerra mundial en "El sueño" en Vence donde esculpió ese cristo que ni da pena ni amenaza - ¿referencia a la guerra, quizás? - y en ese momento supe como iba a enfocar esta exposición, este trabajo sobre el trato y maltrato en la pareja contemporánea.
El amor es como un sueño, un sueño que construimos para encontrarnos con el otro y ese sueño implica, como cualquier formación del inconsciente, la necesidad de nuestra atención y nuestro coraje. Aún así, como dice Roland Barthes en Fragmentos de la vida amorosa, siempre acaba en pesadilla.
El amor es la posibilidad de creer en el otro, de trascender su neurosis, sus defectos, sus miserias, su inconsistencia. El amor es como un sueño diurno, una fantasía que construimos y que nos permite que todo lo pulsional no nos lleve totalmente a la deriva de nuestro deseo. El amor es la posibilidad de incluir al otro en el cálculo subjetivo de la vida.
La disimetría fundamental de los sexos - las teóricas del feminismo se han planteado esto desde muchas perspectivas del saber - hace sentir su huella en cada encuentro amoroso y la inconsistencia estructural del humano traza el camino de su resolución. Además, lo social y sus límites - sean los que sean - configuran en cada cultura los elementos ideológicos que sostendrán las conductas y sus coartadas.
Lo traumático repite incesantemente su inscripción y la responsabilidad de cada uno es el límite entre el goce que no hace vínculo y el amor que tiende a lograrlo. "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo", es la formula que en su reverso da cuenta del trato y maltrato en cada relación humana.
Por eso es tan difícil hacer sociología de la vida privada, por eso cualquier posición siempre adolece de una parte no dicha, no capturada, no transmitida. En realidad se trata de algo que no puede decirse y he leído cosas de personas muy inteligentes que al poner en palabras lo que quieren decir al respecto, se encuentran con un desplazamiento significante (no es eso, no es eso, dirán y decimos al leerlo o al oírlo). Sólo la ley de la palabra escribe el goce, pero cuando la palabra falla, se recurre, se convoca a Otro que hoy no se sabe de que "pasta" está hecho, porque son tiempos inciertos y esa es la apuesta que impera hoy, la denuncia social y jurídica que para los denunciantes y los denunciados tendrá sus reglas: que la ley escriba el goce que los sujetos no son capaces de reconocer. El goce del otro, naturalmente, sólo que el propio goce también es puesto en cuestión en el mismo acto.
Y allí se va, a decir el goce, a los organismos públicos y privados que dicen saber como escribirlo, sólo que lo escriben con las condiciones del fantasma, pero todo se andará, porque en un tiempo más o menos largo, esos fantasmas constituirán la norma social que dé forma al lazo social donde todos nos tomaremos como referencia: los agredidos, los agresores, los que nos espeluznamos, los que disculpan, los que callan, los que son cómplices, todos pensaremos así y entonces será ley tácita, ideológica, aceptada y patrón de conducta. Una ley donde transgredir, donde ubicarnos como neuróticos, perversos y también como psicóticos, una ley ante la cual los pretendidos psicópatas dirán ser inmunes. Una ley donde, como en cualquier ley que sirva de referencia, no importa la verdad, qué por otro lado es particular y no tiene buena consideración, una ley donde lo que importa es que al ser convocada uno se exime de responsabilidad y se deja mecer por el síntoma. Al respecto, la lucidez de Lacan es providencial: Marx inventor del síntoma. Yo añado, maldita izquierda que enseña los trucos a la derecha, desde los primeros socialistas utópicos. Maldita confusión la que tenemos todos desde que la filosofía kantiana transformó lo discursivo, creando un nuevo amor para lograrlo (sólo el amor es signo de que se cambia de discurso), un nuevo amor desprovisto del eros y por tanto, un nuevo amor que nos hace correr en pos del eros.
Por eso cada vez más mis lecturas se dirigen a los poetas, a la literatura clásica, a los escritores en general, a los cineastas, porqué muestran los fantasmas pero en una dimensión atemporal y sometida a la sensibilidad que en ese instante nos embarga. Nada de comprender, sólo entender que nos pasa.
Hay una erótica del poder, hay una erótica del dinero, pero también hay una erótica del maltrato en la sociedad contemporánea. Los vampiros modernos se apuntan para relamerse allí de sus insuficiencias a costa de las de los otros. Algunos recorren la serie entera, la erótica del poder, la del dinero, la del maltrato familiar y la del maltrato que se deriva de las posiciones subjetivas respecto al semejante. Otros balbucean tímidamente su fracaso, pensando: mañana será otro día.
Hablemos pues de la erótica del maltrato.
Es familiar, es social. Si alguien te dice, fulanito es " ---- ", lo dirá de ti, tarde o temprano. Ya no se trata de ese pobre hombre que pega a la mujer porque el patrón le maltrata en la mina, eso no lo podemos creer. No se trata de la consideración social del hombre ni de la incorporación de la mujer al mundo laboral, eso está asumido y abusado ya desde hace casi un siglo. No se trata de la liberación sexual y personal que implicaría un intercambio mayor en el mercado de la carne, eso tiene sus propias reglas. No se trata de la consideración psicológica de que aquel que fue maltratado en la infancia será un maltratador, eso seria una coartada psicologizante. Todo eso existe y se conoce en virtud de los medios de comunicación y por eso hoy, los hombres envidiosos de ese goce que no pueden disfrutar porque no les corresponde, se apuntan a gozar allí, en esas figuras ya míticas y por tanto inscritas en lo inconsciente de cada uno, cuando su vida es un desierto de goce. Jean Genet, en El balcón ya describe perfectamente de que se trata.
En una sociedad aparentemente higienista como la nuestra, la occidental, todo aquello que concierne a lo pulsional quiere ser regulado. He oído decir a un hombre, interrogado por mi cuando dejó de fumar: "para lograrlo me repetía constantemente, la pulsión no existe" y ante esa formula me asaltaron las dudas y pensé siempre cuando lo observaba ¿seguro?. Evidentemente, la pulsión sí existe y siempre hace su recorrido, pero esa es otra historia.
La erótica del maltrato deviene hoy y siempre, pero hoy con una forma contextualizada y precisa, en una ley inexorable que se interroga y dice: ese no puede (no debe, diría Kant) gozar más que yo. En la cultura de la globalización, el blanco se pregunta como goza el negro, pero también el negro se pregunta como goza el blanco, el oriental se pregunta sobre el occidental y viceversa, el hombre se pregunta como goza la mujer y la mujer sobre el goce del hombre, las mujeres nos preguntamos como goza la otra y la otra, sobre como sostiene su goce la referente de sus conductas. El rico, anhela no pagar y se pregunta como el pobre encuentra su goce sin supuesto reembolso y el pobre como seria poder pagar para alcanzar lo imaginado. Momento de angustia.
Entiendo el maltrato como una forma de racismo, pero una forma de racismo especular, cuya verdadera intención es más profunda. El maltrato es un goce calculado: tendré mi momento de gloria. Esto no es nuevo, pero hay que atender a las nuevas formas que toma en lo social contemporáneo, para orientarnos sobre las soluciones, improbables, por otro lado.
¿Y como se reacciona hoy ante esa erótica? ¿Qué aconsejan los ideólogos contemporáneos al respecto, cuando se trata de lo familiar, única dimensión que está regulada en España, pero que empieza a tomar forma en lo laboral y en lo jurídico, por ejemplo, con el llamado mobbing, o en los contenciosos de la comunidad de vecinos, o en el casal de falla, o en cualquier colectivo? Habrá que pensar esto con seriedad, pero me ceñiré a lo familiar que es de lo que se me ha pedido hablar. Sólo unas palabras que debo a Colette Soler: hoy impera el narcisismo cínico y otras palabras que debo a mi amiga Carmen Gallano: hoy se usa y se abusa del fantasma del otro. Ambas formulas sacan la cuestión de una dimensión que considerase a los sujetos "buenos" o "malos" y coloca la perspectiva en la responsabilidad privada de los actos y la dimensión pública que los juzga.
El 70 % de las demandas contenciosas por separación matrimonial lo presentan las mujeres, decía un periódico hace unos días, en la línea de sostener una nueva estructura que se está imponiendo de mediación familiar, ya bastante instalada judicialmente en relación a los contenciosos familiares respecto a los menores.
Se trata de una estructura fundamentalmente basada en lo psíquico, en los conflictos psíquicos, para descongestionar los juzgados y que lleguen a los juzgados sólo los casos donde la mediación ha fracasado o que lleguen ya con lo subjetivo resuelto o en vías de solución.
Decía el periódico que ésta estructura "semijudicial" informa, aconseja, dirime y soluciona multitud de casos y posiblemente sea así, aunque aún esté pendiente dirimir las consecuencias de un dispositivo de estas características.
Por otra parte, en nuestra comunidad contamos con otros organismos como Mujer 24 horas, que lleva funcionando ya mucho tiempo, con profesionales activas y muy mal pagadas por cierto, que sirven de referencia y se ocupan de mujeres en estado de crisis aguda, ya sea por maltrato, por abandono, por degradación, por todo agrupado y presentado con lazo y todo.
Existe también la palabra y el acto de los intelectuales, de los artistas, de los pensadores. Al respecto, ya hablé en otro sitio sobre la película "Te doy mis ojos" y de la lectura que hago de esa película, que sea la que sea, coincide con todos la que la ven, y a todos nos despierta.
Y una cosa más ¿Por qué son las mujeres las que presentan las demandas de separación? Pregunta ésta que me interroga desde la primera línea de este escrito.
Creo que ahí se muestra algo en relación al futuro de las mujeres y de los hombres que el análisis de la violencia de género no puede ignorar.
Autor: Pilar Dasí - 12/01/2004